Por Marissandra Malaver Pinto.
Antes de Instagram, Tinder y Grinder, existió la pintura y particularmente el género del retrato, este era la forma más rápida y eficiente para conocer los personajes importantes de un momento histórico en particular. Pero también, el retrato era una manera práctica –de acuerdo a las circunstancias y limitaciones del momento– para ligar, o para ser más exactos, hacer “match” y así, encontrar a la futura reina de Inglaterra (por cuarta vez).
Este fue el caso de Enrique VIII, Rey de Inglaterra y señor de Irlanda, segundo rey de la dinastía Tudor y padre de la Reina Isabel I, la reina que llevó a Inglaterra a la era dorada en las que florecieron las artes, destacando Shakespeare como uno de los nombres claves e insignes de ese momento.
Tanto la vida personal como el reinado de Enrique VIII, estuvieron sellados por la turbulencia, el caos, la lujuria y la búsqueda desesperada de un heredero varón que le diera continuidad a la dinastía Tudor. Sin embargo, debemos aclarar que para algunos historiadores especializados en la dinastía Tudor, el aspecto lujurioso que caracterizó la vida del rey, era un poco menos que especulaciones puesto que, según su propio testimonio, recogido en misivas y demás, era más “un enamorado del amor” que otra cosa.
Enrique VIII de Inglaterra, por Hans Holbein el Joven
Enrique tomó como esposa a la viuda de su hermano, Catalina de Aragón, quién fuera tía del llamado “Rey sol” Carlos V y hermana de la archiconocida Juana “La loca”. Fue una mujer virtuosa con profundos valores católicos y amada en todos los rincones del reino. Su historia es un poco triste, pues terminó, de una manera muy elegante, repudiada por el rey. De acuerdo a la perspectiva de Enrique, tenía 41 años y era imposible que después de varios abortos, pudiera concebir un hijo varón.
Pero, para ser justos, fue como dirían las abuelitas: “Cuando hay santos nuevos, los viejos no hacen milagros”. Enrique había conocido a una chica interesante, Ana Bolena, quien supo jugar bien sus cartas y terminó causando un terremoto que varios siglos después, aún puede sentirse. Gracias a ella, Enrique “defensor de la fe católica” según el Papa León X, tomó el Anglicanismo como religión oficial del reino para poder anular su matrimonio con Catalina de Aragón. Además, para garantizar la aceptación y la paz dentro de su territorio, asesinó cientos de católicos que se rehusaron a convertirse, destacando entre ellos Tomás Moro, canciller y amigo personal.
Esta “pequeña” ruptura con la Iglesia Católica, convirtió a Enrique en nada más y nada menos que Jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra gracias a lo que se conoció como el acta de la supremacía. Así que básicamente, el poder fáctico que poseía el rey en el ámbito económico, militar y político, se extendió al ámbito simbólico al tomar la esfera religiosa, convirtiéndose así en un antecedente interesante del sistema absolutista utilizado por los monarcas que ostentaron el poder europeo hasta la llegada de la Revolución Francesa.
Como era de esperarse, Ana Bolena fue coronada reina en el año 1533. Sin embargo, todo este terremoto social, político y religioso que provocó su llegada a la corte, terminó en intentos de asesinatos e intrigas que rodearon la figura de la reina hasta el final. Mientras tuviera el favor del rey, Ana tendría su cabeza sobre sus hombros (literalmente).
Poco a poco, Ana fue dejada de lado por el mandatario. Al ser incapaz de darle un hijo varón, el interés del rey se disipó y ahí, las intrigas de la corte que escondían fines políticos y económicos de otros actores, pondrían el punto y final a una relación que logró cambiar el destino de Inglaterra. Pero, al igual que con Catalina de Aragón, Enrique había encontrado consuelo en los brazos de Jane Seymour. Así que fue muy fácil para él, apresar a la reina, su hermano y su padre en la Torre de Londres, acusarlos de brujería, incesto y adulterio.
Después de un juicio corto, la sentencia fue la pena de muerte. Ana y su hermano fueron decapitados, el padre salió en libertad. Una vez libre, Enrique desposó a Jane Seymour, quién poco tiempo después moriría, dejando al rey viudo.
Buscando a la próxima reina de Inglaterra
Como era de esperarse, el rey debía casarse de nuevo y establecer así nuevas alianzas internacionales. Aconsejado por Tomás Cromwell (Canciller), envió a Hans Holbein (el Joven) a retratar las princesas en edad de matrimonio y así tener una idea previa de su aspecto antes de iniciar las conversaciones y negociaciones para el compromiso.
Lógicamente, después de semejante historial, eran pocas las mujeres dispuestas a comprometerse con el rey que acababa de, literalmente, decapitar a su penúltima esposa. De hecho, una de las mujeres más hermosas que gozaba del gusto del rey, llamada Cristina de Milán, inteligentemente rechazó la petición alegando que solo tenía una cabeza y que la necesitaba, por lo que no podía darse el lujo de perderla.
La búsqueda de la próxima reina de Inglaterra se complicaba cada vez más, por esa razón Cromwell le recomendó que desposara a Ana de Cléves, señalando su increíble belleza y virtud. Enrique aceptó la propuesta ya que era una jugada política interesante que lo fortalecía frente a España y Francia, al establecer alianzas con una noble alemana y protestante.
Una vez con la aceptación del rey, Cromwell envió a Holbein para que la retratara y, como sucede con Tinder e Instagram, la realidad superó la ficción. Según cuenta la leyenda, dado el origen protestante de Ana de Cléves, el pintor fue recibido con algunas reservas, como por ejemplo: a la hora de pintarla, Holbein no pudo lograr que Ana se quitara el voluminoso velo que cubría su cara y su cuerpo.
Retrato de Ana de Cleves, por Hans Holbein el Joven, 1539
Sin embargo, el pintor logró crear una obra maravillosa en la que destaca el detalle y el color, predominando el rojo del terciopelo y el dorado en los detalles del ropaje, en el que evidencia el origen noble del personaje. El fondo oscuro es bastante interesante, ya que permite enfocar la atención en la figura.
No está claro aún hasta qué punto Holbein cambió el aspecto de la doncella, es un hecho que adulteró el rostro de la joven al no pintar las marcas de la viruela. Pero lo que sí sabemos es que en el momento en que, por fin, el encuentro entre ambos tuvo resultados decepcionantes para el rey. Sin embargo, era demasiado tarde para deshacer el compromiso, así que el matrimonio se llevó a cabo el 6 de enero de 1540, para anularlo en julio de ese mismo año.
Holbein (el Joven) fue un pintor que demostró una gran maestría particularmente en el género del retrato en el que predomina el dibujo y el color como bases estructurales de su estilo. Debido a la reforma iconoclasta en Alemania, Holbein se vio obligado a emigrar. Hizo contacto con Tomás Moro en Inglaterra y en su primera estancia en la isla, se convirtió en el principal retratista de la alta sociedad inglesa.
Ahora bien, la explicación a la diferencia que vio Enrique entre el retrato y la original, quizás pueda encontrar una respuesta en la habilidad de Holbein para combinar una capacidad increíble para la observación minuciosa, más el uso de elementos simbólicos y alegóricos para trabajar los rasgos psicológicos de la persona retratada.
Más allá de la posible alteración de algunos rasgos físicos de Ana de Cléves, podemos especular que la maestría del pintor determinó la atención de Enrique hacia la lectura del conjunto, por encima de los rasgos físicos. Esto es interesante, ya que a pesar de que, en la pintura, la fotografía y posteriormente el cine, interviene el concepto estético aristotélico conocido como mímesis, entendido como principio a seguir el ideal a alcanzar; la sensibilidad y el manejo de ciertos códigos plásticos influyen en la percepción del espectador.
Regresando a nuestro contexto, debemos estar conscientes de que, utilicemos o no filtros a la hora de postear una fotografía, la relación entre lo captado y el modelo real estará mediada por los elementos formales de la fotografía como el encuadre, la toma, la luz, el momento de la acción que decidas mostrar, generando así un montón de percepciones que van de la mano de las condiciones particulares del espectador; eso es conocido como teoría de la recepción.
Pero, lo que sí podemos decidir a la hora de ligar en RRSS, es el tamaño de la decepción que se puede llevar la posible pareja.
Historiadora del arte y fotógrafa en entrenamiento
Columnista en The Wynwood Times:
El rincón de los inadaptados