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—“Todo ser humano es un artista, un ser libre, llamado a participar en la transformación y la reorganización de las condiciones, el pensamiento y las estructuras que dan forma e informan nuestras vidas”.

Joseph Beuys

Ante todo, un artista es un hacedor. Para los antiguos la palabra artista estaba ligada a la cotidianidad de los seres y las cosas. Desde el tacto de los artesanos al esculpir el mármol en belleza, hasta el olor de las especias elegidas con filigrana por los cocineros y amas de casa. Incluso, la polifonía de texturas, colores y formas en manos de modistos y sastres al confeccionar los ornamentos de hombres y mujeres notables. El arte podía estar en las homilías de un sacerdote, con la intención precisa de ser un puente entre la vida terrena y la eternidad del empíreo cielo. Para los enfermos, las prescripciones médicas constituían una experiencia estética donde el goce de ser sanado conducía al trance reconciliatorio del alma, en contacto con lo sano, lo bello, lo verdaderamente vivo aún en el dolor y el sufrimiento.

Para el imaginario moderno, constituido por ideas fijas e imperturbables en apariencia, además de rutinarias y en muchos casos irreflexivas, la multiplicidad del concepto artista como expresión de la vida del ser humano, se opone la noción de artista como producto de la técnica especializada por maestros y escuelas de arte, que modelan el dominio de la imaginación de los creadores a través del saber refinado, instrumentalizado por la crítica, en busca de una ética filosófica que de sentido a lo creado. Pero, ¿qué sucedería si la palabra artista volviera a gozar de su diversidad primigenia, ampliamente democrática?

No caigamos en la tentación del buenísmo filantrópico. Sentirnos artistas no nos convierte en mejores personas. En nombre del arte, ciertos artistas han justificado hambrunas, asesinatos, dictaduras, asaltos al patrimonio cultural de la humanidad. Los que alguna vez se llamaron artistas y sintieron conmovida su alma por el destello de la belleza, aclamaron el arrasamiento de la sociedad y el advenimiento del hombre nuevo. No pretendo esgrimir un discurso moralista, ¿importa la moral en el arte? En tales procesos históricos, el arte es el gran perdedor ante la codicia de lo imposible. Instrumentalizar la mente de las personas desde un ideal ilusorio, por salvífico y redentor, en pro de una vida más bella y sublime, es poner por encima de la sensibilidad humana, la aparente superioridad de lo trascendente, desdibujando el mundo inmediato donde el ser humano siente, se expresa, vive según sus ideales y se apasiona desde las entrañas.

Pasión puede ser una palabra que nos re-oriente hacia la sustancia primera de la palabra artista. La pasión, entendida como cualidad del alma que incendia orgásmicamente la existencia, haciéndonos sentir creadores, porque en nuestras manos palpita la fuerza alquímica capaz de otorgar alma a lo cotidiano, dándole un nuevo sentido, fundando una relación distinta, creando otra manera de ser y estar desde lo impredecible, teniendo como gran maestra la incertidumbre. Entonces, la suave curva del camino que día a día transitamos con la mirada colmada de costumbre, mirando sin mirar, cobra una cualidad naciente, una plenitud sintiente, una hermosura universal que funda una forma otra de contemplar el mundo, como un pan común paladeado por el deseo y donde nos quema la ebriedad, el vino recio de la vida sorprendiéndonos. Fulgurante, lúcida, liviana, sacudiendo el maquinal peso de la rutina, experta en adormecer los sentidos, la percepción, la interioridad.

Asombro, en él conocemos al artista del alma, al ser humano como creador en su dimensión abierta, sin la fiebre aturdida de la prisa, el ruido, la competitividad. Ser artista es dar testimonio de la intensidad poética de un vivir asombrado, donde el sudor nos descubre el néctar jubiloso de la alegría eterna y el dolor que pasa y acaba. Hoy, en nuestro particularísimo caos nacional, ¿quiénes se atreven a encarnar la lentitud, el silencio, la pausa para contemplar(se) y descubrir(se) una forma capaz de volvernos, no en un objeto de los procesos sociopolíticos, menos en advenedizos de la realidad, sino en sujetos raptados por el misterio de la belleza y transformarnos en la rebeldía de ser creadores?

Ser artista pasa por el detallado cuidado que le conferimos al alma, desde la atención, como habilidad suprema para un vivir en profundidad. Estar atentos significa estar abiertos a la novedad de la vida, atendiendo a las pequeñas cosas, no tan pequeñas, que mantienen comprometida la energía con la responsabilidad de hacernos en el tiempo. El artista no se encuentra únicamente en el taller del pintor, en el diario del escritor o el minucioso lente del fotógrafo. El artista tiene lugar y resonancia en la casa, el mercado, la plaza, las conversaciones, el trato, la manera de ir y venir en el río de la existencia. Cuando el arte se reserva como domino exclusivo de la academia, se abre una peligrosa brecha entre el arte y la vida, rindiendo honores a la represión del deseo, los instintos, la energía.

Ser artista es desarrollar una actitud reconciliatoria con la libertad, sintiéndonos invitados a la acción, una cualidad necesaria en estos tiempos combativos, donde el espíritu civil vive el riesgo de ser secuestrado por el horror, lo fallido, el fracaso. Vale arriesgarse y descubrir, desde una auténtica rebeldía, la belleza en la oscuridad, el desconcierto, el espanto humano. Y así, integrar las distintas cualidades del alma y el ego, donde se concentran las fuerzas capaces de hacernos pensar, sentir, vivir integrados, en unidad de diferencias, en diálogo permanente con el devenir, donde el dios romano Saturno nos ayude a identificar los dones ocultos de la depresión social; y ajustar cuentas con los años dorados que la nostalgia anhela, y que él conoce como dios del pasado, pero que hoy lucen como un espejismo. El don de la experiencia, como una actitud hacia uno mismo, donde no somos víctimas inocentes, sino actores responsables de la historia, puede conducirnos a la realización de tan vital obra.

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Yorgenis Ramírez
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Escritor | Personal Brander | Storyteller | Copywriter

Colaborador articulista de The Wynwood Times

Columna: Apuntes desde el vértigo