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“Si una institución debe ser resguardada en su simbología tanto como en su realidad material es, sin duda, la universidad. Sobre todo, si se trata de una universidad que no solo es la primera del país sino, además, patrimonio arquitectónico de la humanidad.”

Por Miguel Ángel Latouche.

Conocí a la UCV siendo muy joven, creo que tendría quizás unos 10 u 11 años. Mi familia había decidido pasar unas vacaciones en aquella Caracas maravillosa de principios de los 80s, cuando aún la ciudad era la sucursal del cielo y lo demás era “monte y culebra”. Caracas era una metrópoli inmensa para el niño que era yo en aquel entonces, nunca había salido del país y la Sultana del Ávila parecía estar inmensamente lejos del aquel pequeño pueblo acogedor y de casas bajitas donde transcurrió mi niñez. Mis primas habían empezado en aquel entonces sus estudios universitarios. Mamá se había criado con ellas, eran como sus hermanas menores. Habían comprado un pequeño apartamento por los lados de los Chaguaramos. Bastaba bajar las dos cuadras correspondientes para internarse, como en efecto hicimos en esa visita, en el verdor esplendoroso de los jardines universitarios.

¡Fue amor a primera vista! Caminamos, recuerdo, desde la entrada de Farmacia hasta los pasillos de Derecho, visitamos a los libreros y de regreso pasamos por el Rectorado, en lo que terminó siendo una visita memorable a uno de los monumentos arquitectónicos y humanos mas importantes del país. El genio de Villanueva es indiscutible. Ese día decidí que estudiaría en esa universidad que terminaría amando profundamente. Lo hice a ciegas, con la ilusión de la inocencia, sin poder imaginar que años después mi vida terminaría ligada y girando durante mucho tiempo al quehacer universitario. No solo como estudiante sino también como profesor, investigador, autoridad y ser humano.

De la universidad me gustan muchas cosas. Es el sitio donde aprendimos a pensar y a ser adultos, a vivir de acuerdo con ciertos ideales; donde vivimos nuestra primera independencia y las posteriores, donde defendíamos causas perdidas y otras que no lo eran tanto. allí nos correteo la policía por primera vez y tragué gas lacrimógeno, lanzamos a primera piedra sin esconder la mano. Allí nos enamoramos algunas veces en serio y otras no tanto. Creo con convicción que desde la universidad se han vencido muchas sombras a pesar de que algunas pudieran haberse quedado agazapadas y al acecho. En la UCV todo es importante, desde la imagen del chichero, hasta la maravillosa conjunción de arte, arquitectura y academia representada en los tres pilares que sostienen al reloj de la Plaza del Rectorado. La Biblioteca Central y la Tierra de Nadie son espacios para el pensamiento y la libertad. La síntesis de las artes es una maravilla irrepetible. A mí en particular siempre me gustaron las brujas de Vigas, pero quizás no haya nada mas representativo que nuestra querida Aula Magna. Allí aprendí dos cosas fundamentales. La primera: lo vale esa última clase magistral con la cual la universidad nos despide y nos manda al mundo el día de la graduación. La segunda: que los ucevistas preferimos soñar debajo de las nubes que encima de ellas, hablo de las nubes de Calder, por supuesto.

En la UCV hice mi carrera académica, conocí a la que fue mi esposa, dio mi hijo sus primeros pasos, conocí a algunos amigos que se convirtieron en la familia que me acompañó, muchos años después, a encontrar a la mujer con la que compartí mi vida. Me considero un ucevista a carta cabal y a toda prueba. Por eso me duele tanto todo lo que allí sucede. Desde el cerco presupuestario y las presiones indebidas a las cuales la universidad ha sido sometida en los últimos años, hasta la desidia con la cual hemos visto a la institución derrumbándose. A veces la imagino como una ciudad amurallada tratando de defenderse en contra de un ejército que la cerca y que pretende rendirla por hambre. Muchas veces me siento indignado por las peleas inútiles que protagonizan las autoridades y los colegas de la APUCV, su inconveniencia es evidente en los tiempos que vivimos. Esos tiempos convocan a una actitud académica y responsable en favor de una comunidad que es esencial para la construcción del futuro. La UCV, más que un reflejo del país, debe ser el faro que lo guie. La UCV es nuestra institución más antigua. Debemos considerar siempre que es anterior a la República y que Bolívar la consideró como el centro de las libertades civiles y de la vida civilizada, como un espacio autonómico y libertario. Desde la universidad se ha pensado al país, se le ha construido, desde allí, para bien y para mal, se le ha formado. Si una institución debe ser resguardada en su simbología tanto como en su realidad material es, sin duda, la universidad. Sobre todo, si se trata de una universidad que no solo es la primera del país sino, además, patrimonio arquitectónico de la humanidad.

No quiero decir, claro, que no nos indignemos cuando pasen cosas en otras casas de estudio. Obviamente, la quema de la biblioteca de la Universidad de Oriente es, por ejemplo, inaceptable. Gallegos está vigente entre nosotros, nos encontramos en medio de una confrontación entre civilización y barbarie. Por eso me causa tanta tristeza y desconcierto la noticia del derrumbe del techo que cubre el pasillo de Humanidades, justo al frente de la Biblioteca Central. El mismo que transité infinitamente a lo largo de los años en los que hice vida diaria en mi Alma Mater. No solo puede uno decir que se trata del resultado de un descuido monumental que no tiene justificación. Por supuesto que hay un cerco presupuestario, pero es responsabilidad de quienes administran la casa que no se les caiga encima. Hay que decir que esto es una muestra del profundo deterioro institucional que ha vivido el país en los últimos años. Uno sabe que los enemigos de la universidad se lamerán las comisuras de la boca, lloverán las críticas destructivas. La universidad se ha debilitado en términos de su construcción institucional y de los recursos de los que dispone para defenderse de los ataques arteros. Nuestra comunidad sobrevive con salarios de hambre, nuestros estudiantes no tienen recursos suficientes para estudiar con tranquilidad, nuestras bibliotecas están desactualizadas, nuestras Autoridades tienen demasiado tiempo en el cargo, están agotadas y necesitan renovarse. El gobierno tiene un desprecio evidente por la universidad y lo que representa lo que lo ha llevado a atacarla hasta extenuarla. Todo esto está recogido en las imágenes del techo de concreto doblado sobre el suelo que da a la Tierra de Nadie, como si de un lugar abandonado se tratase. El techo se ha doblegado como quien se arrodilla para pedir conmiseración.

Lo que más me preocupa es la metáfora evidente. “La universidad es un reflejo del país” según se suele decir. ¿Qué es lo que refleja este hecho en particular? Si se me permite una interpretación, entre las muchas posibles, creo que representa una importante ruptura de nuestras dinámicas civilizatorias. Es como si el miedo extendiera sus límites hasta alcanzarnos. Está claro que hemos perdido nuestra normalidad normativa, que vivimos en medio de nuestros muchos desencuentros, que hemos perdido la capacidad para reconocernos en los demás, para valorar las diferencias, que nos hemos convertido en una sociedad intolerante y desarticulada en la cual no hay espacio para la reflexión sesuda, para apreciar las artes, para tratarnos con decencia. Hemos perdido los espacios para la discusión y el encuentro público. Hablamos de una sociedad dividida, de un país que ha perdido su vertebración normativa, que nos ha enviado a muchos al exilio, separándonos de nuestros seres queridos, que no reconoce la disidencia como algo positivo, que busca imponer la lógica del “sí señor” que es propia de los cuarteles, que no cree en la libertad de cátedra, ni en la libertad para pensar y expresar libremente ese pensamiento. La metáfora es clara, somos víctimas del totalitarismo que impone su fuerza sobre la sociedad llenándola de miedo y desolación.

Miguel Angel Latouche
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Doctor en Ciencias Políticas y escritor.

Columnista en The Wynwood Times:
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